La matanza de 45 indígenas en Acteal, Chiapas, ocurrida el 22 de diciembre de 1997, fue consecuencia de la política oficial seguida para castigar y desarticular a los indígenas de San Pedro Chenalhó que adoptaron el camino de la resistencia y la construcción de un gobierno propio.
Documentar el papel de las instituciones del Estado en esa región en la escalada de violencia en Chenalhó, permite entender la responsabilidad oficial en la masacre, perpetrada por paramilitares, protegidos y armados por autoridades civiles y militares.
El crimen de Acteal fue parte de una guerra no declarada pero organizada por el Consejo de Seguridad Pública Estatal, en el que participaban dependencias federales y estatales. Bajo una lógica militar ahí se decidían programas e inversiones en las zonas indígenas.
El gobierno alentaba o creaba artificialmente conflictos de tierra, políticos o religiosos para enfrentar a las comunidades y así justificar la intervención militar.
El consejo, dirigido en los hechos por la Séptima Región Militar, bajo el mando del general Mario Renán Castillo, creó en septiembre de 1997 los comités de seguridad pública en las comunidades de Chenalhó, integrados con los miembros de los grupos armados antizapatistas.
Protegidos por la policía estatal y por el Ejército, estos comités establecieron un régimen de terror, al tiempo que promovían los programas y repartían la ayuda estatal y federal.
El experimento paramilitar comenzó en la zona norte en 1995, con Paz y Justicia, luego se exportó a los Altos y a la selva.
El secretario ejecutivo del Consejo de Seguridad, Jorge Hernández Aguilar, además de borrar las huellas de la masacre de Acteal, encabezó múltiples ataques a pueblos zapatistas. Incluso disparó desde un helicóptero en San Pedro Nixtalucum, en marzo de 1997. De esta manera, el gobierno “construía” la paz en Chiapas, sembrando polarización social y terror.
El gobierno de Julio César Ruiz Ferro reforzó esta política para cooptar o desmantelar a las organizaciones opositoras. Los programas sociales de salud, educación, vivienda y servicios públicos se subordinaron al objetivo de ganar la guerra de desgaste contra las comunidades zapatistas.
Por ejemplo, el representante de la Secretaría de Atención a los Pueblos Indígenas (Seapi) en el Consejo de Seguridad era Pedro de Meza, abogado del grupo paramilitar Los Chinchulines, del municipio de Chilón y brazo político del director de Seapi, Antonio Pérez Hernández, cacique de Chenalhó.
Desde mayo de 1997, con la violencia en Yaxemel y los primeros refugiados, se inician el tráfico de armas y los campos de entrenamiento. Entre septiembre y diciembre, los paramilitares lanzaron varios ataques armados contra simpatizantes zapatistas, que se defendieron en Majomut y Chimix. Curiosamente, la policía estableció campamentos en esos pueblos después de los ataques. Tras la violencia en Chimix, en octubre, donde quemaron y saquearon casas, una partida militar detuvo a los priístas con rifles AK-47 en la mano; el capitán Germán Parra los liberó por ser del PRI.
El consejo, inteligencia militar y el Centro de Investigación y Seguridad Nacional presentaban informes, diagnósticos y propuestas sobre las distintas regiones de la zona de conflicto. Coincidentemente, surge el MIRA (Movimiento Indígena Revolucionario Antizapatista), una especie de federación de grupos paramilitares que operan en varias regiones del estado con la anuencia de funcionarios y militares.
En la región de los Altos, la Seapi se encargó de promover la contrainsurgencia. Su programa de construcción de vivienda sirvió para elaborar listas en las comunidades y marcar las viviendas, antes de los ataques paramilitares.